martes, 28 de febrero de 2017

En movimiento


Oliver Sacks fue un reconocido neurólogo inglés de origen judío. Y, además, era gay. Murió hace dos años, luego de publicar un artículo en The New York Times en el que anunciaba que padecía cáncer terminal, por fortuna, antes de enterarse le había acabado de escribir sus memorias, En movimiento (editorial Anagrama, 2015). En este libro Oliver Sacks cuenta muchos aspectos de su vida como hijo menor de una familia de judíos practicantes, como médico, como escritor de obras de divulgación científica, pero también sobre su vida como homosexual en unos tiempos en que no había tantas libertades para las minorías sexuales.

La primera pared con que se topó Oliver Sacks al confesarle a su familia que era gay fue su propia madre quien, citándole unos versículos de la Biblia, le contestó: “Eres una abominación”. Y desde entonces Sacks cargó con esa culpa, por eso no debe extrañar que en una ocasión confiese que llevaba 35 años sin tener relaciones sexuales. Oliver Sacks nació en 1933, de manera que en los años cincuenta y sesenta, en su plena juventud y con los deseos sexuales a flor de piel, podría pensarse que los vivió plenamente pero he aquí que todavía en esa época la homosexualidad era ilegal en Inglaterra, según una ley bajo la que habían sido condenados Oscar Wilde y el matemático Alan Turing, así que esa fue otra barrera en contra de su sexualidad.

Aunque en la foto de portada (y en otras de los interiores) se le ve guapo y masculino, montado en una motocicleta, vestido con jeans y chamarra de cuero, al estilo de James Dean, en realidad Oliver Sacks confiesa que era demasiado tímido. De allí que también que sus relaciones amorosas no fueran nada satisfactorias: primero se enamoró de un amigo heterosexual, al que le confesó sus sentimientos pero éste le contestó que no era como él; y lo mismo sucedió con otro chico junto con el que hacía deporte. No sólo vivió insatisfecho su sexualidad sino que además sus relaciones amorosas nunca se consolidaron. Sólo al final de su vida, según cuenta en otro librito, De gratitud (editorial Anagrama, 2016), mantuvo una relación con el escritor Bill Hayes.

Las pasiones de Oliver Sacks fueron otras, como su afición a las motocicletas y a los viajes montado en ellas, viajes en los que conoció a gente muy pintoresca y por los cuales se mantenía “en movimiento”, es decir, vivo; y sus éxitos se dieron en su rama: la neurología, al grado de que la reina Isabel II lo condecoró como Comandante de la Orden del Imperio Británico. E, incluso, uno de sus libros, Despertares, fue adaptado al cine y protagonizado por Robin Williams y Robert De Niro. La parte íntima puede ser incompleta pero al menos en la profesional, Oliver Sacks fue una eminencia.

sábado, 25 de febrero de 2017

Negros que se caen de azules


El protagonista de Moonlight (dir. Barry Jenkins, 2016) pertenece a una minoría dentro de otra minoría: es un hombre gay y además afroamericano, por si fuera poco, es criado por una madre drogadicta en un suburbio empobrecido de Miami. Este filme es un crudo drama divido en tres partes que corresponden a tres etapas de la atormentada vida de Chiron: de niño, cuando lo apodaban “Pequeño” por indefenso, el que no se sabía defender de los demás y vive casi en el abandono familiar; ya adolescente, es llamado por su nombre pero tiene que soportar el ambiente hostil de los gandules de su escuela; finalmente, en la madurez es Black y cambia radicalmente, ahora es de apariencia ruda para poder sobrevivir en un ambiente rodeado de violencia, donde se impone el más fuerte aunque únicamente sea en el aspecto. Pero si se vuelve musculoso sólo es para esconder mejor sus sentimientos pues en el fondo lo siguen atormentando, sigue siendo el niño débil, el mismo muchacho que era acosado por sus compañeros de escuela y que ahora no se atreve a confesarle a su amigo la verdadera razón por la que ha ido a buscarlo.

Esta película está basada en la obra de teatro de Tarrell Alvin McCraney, Moonlight Black Boys Look Blue, y fue adaptada por el propio director para llevarla a la pantalla grande. Chiron encuentra a un protector en Juan, un hombre de origen cubano de aspecto monumental comparado con el pequeño y tímido niño, y es él quien le cuenta que una noche al salir corriendo alguien le dijo: “Con la luz de la luna los negros se ven azules”, de manera que para seguir con el tono poético del título original se puede parafrasear al poeta Carlos Pellicer y decir que hay negros que se caen de azules. Chiron también quisiera huir corriendo sin dirección toda la noche pero con tantos atavismos a cuestas su destino parece marcado.

Juan no sólo es su protector y consejero en los aspectos más íntimos de la vida, también es el sustituto de un padre de quien nunca se explica su desaparición, sólo se asume que hay una figura paterna ausente pero de la que nunca se ven fotos ni se presentan ecos a lo largo del filme. Junto con Juan está su amante, Teresa, quien no pocas veces asume el papel de una segunda madre del niño callado y melancólico. Ambos sacan poco a poco a Chiron de su autismo, le dan lo que no puede encontrar en ningún otro lado (consejos, orientación, seguridad y hasta un refugio una noche en que su madre le pide no estar en casa) y así encuentra la familia que ya ha quedado muy claro que no tiene. Lo único que Chiron necesita es sentirse querido pero sobre todo a alguien que lo proteja de las hostilidades del mundo: en una escena llena de simbolismos y por lo tanto muy significativa, Chiron se protege tras un enrejado de la escuela para no salir al patio donde deberá enfrentarse con un compañero que lo ha retado a liarse a golpes, acto seguido aparece su amigo Kevin para contarle una anécdota sexual. En Kevin también buscará esa protección y con él tiene su primera y única experiencia homoerótica realmente placentera al grado de sacarle una de sus pocas sonrisas y de tener un par de sueños húmedos. Sin padres, sin Juan y sin Teresa, será a Kevin a quien finalmente recurrirá en una larga y desolada escena final de silencios incómodos, miradas tristes y llena de tensión sexual.

Chiron crece en un entorno social con muchas limitantes, donde las oportunidades de crecimiento son pocas: Kevin sólo puede convertirse en un buen cocinero luego de salir de la cárcel (como se sabe, los afroamericanos representan el mayor porcentaje poblacional en las cárceles de Estados Unidos). Y también Chiron es encarcelado, en su caso al salir sólo aspiró a ser lo que era Juan: un narcotraficante. Así, entre la violencia, las drogas, los padres prácticamente anulados, la pobreza, el acoso y la exclusión lo llevan a ser inseguro, reservado pero, sobre todo, a autoreprimirse sexualmente. El espectador no puede ser indiferente a toda esa avalancha emocional, tampoco puede ser ajeno a los profundos sentimientos del protagonista pues si algo consigue hacer una película tan estrujante como Moonlight es que haya esa calidad de empatía con el otro.

Además de múltiples reconocimientos y excelentes críticas que ha recibido, Moonlight ganó el Globo de Oro como Mejor Película Dramática y ahora está nominada a varios Oscar incluidas categorías tan codiciadas como Mejor Película, Mejor Actor de Reparto así como en otras seis categorías, y de esa manera se ha impuesto como una seria rival de La la land. Después de las severas críticas a una entrega pasada en la que no hubo ninguna nominación para una película o actor de raza negra y por lo cual se le calificó como “Oscar so white”, la próxima ceremonia del 26 de febrero será una reivindicación con la comunidad afroamericana (también está nominado al Oscar un documental sobre el escritor James Baldwin, I am not your negro). En el caso de Mashehala Alí, quien interpreta a Juan, está nominado como mejor actor de reparto y busca el ansiado Oscar para catapultar su carrera, como le sucedió a otros actores en papeles catárticos que tanto le gusta premiar a Hollywood (y si son gays, mucho mejor): es el caso de Tom Hanks con Filadelfia, Hillary Swank con The boys don cry, Heath Ledger con Brokeback Mountain, Sean Penn con Milk, Philip Seymour Hoffman con Capote

Otro gran mérito de Moonlight es contrarrestar el blanqueo (“whitewash”, como lo llaman en inglés) en las películas gays, es decir, cintas que son protagonizadas por actores blancos en papeles de hombres gays, como sucedió en la polémica Stonewall (dir. Roland Emmerich, 2015), donde se crean personajes ficticios para desplazar a los gays de color y los travestis latinos que realmente iniciaron en 1969 la célebre revuelta de Stonewall Inn del Greenwich Village neoyorquino, suceso que dio pie a las Marchas del Orgullo Gay. Además, el poderoso mensaje de esta película tiene una enorme vigencia si se piensa en los constantes ataques policiacos a la comunidad afroamericana en Estados Unidos que, por lo que se vislumbra, se intensificarán con la supremacía blanca que representa Donald Trump y su gabinete “so white”.