lunes, 27 de agosto de 2007

Frida desmitificada por Frida


Frida Kahlo, Escrituras, Selección, proemio y notas de Raquel Tibol, Prólogo de Antonio Alatorre, Lumen, México, 2007.

En cada una de sus ediciones este libro ha aumentado considerablemente: en 1999 apareció la primera publicada por la UNAM y contenía 99 documentos, en su mayoría memorabilia; la segunda, de 2004 y ya aparecida en un sello del grupo Random House, Plaza y Janés, reúne 151 papeles diversos y, finalmente, 164 en la edición conmemorativa del centenario del nacimiento de Frida Kahlo (6 de julio de 1907-13 de julio de 1954).

La fridomanía está basada en la banalización de la figura de la pintora a la que ella misma contribuyó al parecerse más a un travesti mal vestido que a una auténtica tehuana. Por eso, me parece, este libro debe ser leído, y con detenimiento, para entrar realmente a su vida íntima, alejada de la compra-venta de sus obras y de la mitificación de su vida a través de sus pinturas. Y esto, a su vez, empieza por el riquísimo y lúdico lenguaje con el que están escritos absolutamente todos y cada uno de estos documentos: predomina el lenguaje hablado y tiene un gusto especial por inventar palabras (es decir, neologismos) muchas veces combinando el español con el inglés, por eso no sería exagerado decir que Kahlo sea una de las primeras en hablar en spanglish. “Ya ve que ni poseo la lengua de Cervantes, ni la aptitud o genio poético o descriptivo, pero usted es un hacha para entender mi lenguaje un tanto cuanto relajiento”, le dice a Eduardo Morillo luego de intentar describirle un cuadro que está pintando. Es sobre todo esto que abunda lúcidamente el filólogo Antonio Alatorre en su excelente prólogo.

Desde la primera edición, Tibol ha insistido en llamarles Escrituras, lo cual remite más a textos en los que la pintora pudo haber puesto en papel teorías que tuviera sobre su quehacer artístico (podría decirse que un poco a la manera de Leopardi en el Zibaldone). En su calidad de papeles privados dicen más de sus padecimientos, de sus iras, de su pasión y celos por Diego Rivera, de su soledad durante su estadía en Estados Unidos y la repulsión que le provocaban “los gringotes”, y una infinidad más de asuntos personales: en casi ninguno habla de su pintura, de lo que ella pensaba sobre su obra o sobre la de otros ya sea para profesarles una abierta admiración o una punzante crítica. ¿Por qué entonces insistir en llamarles Escrituras? Cartas, notas, recados, protopoemas y hasta corridos se encuentran aquí para hablar de ella sin intermediarios, como dice Tibol, ella desmitificada por ella misma.

Luego del accidente de 1925 que la postró para siempre, Kahlo recurrió a la palabra escrita y las cartas fueron un vehículo indispensable para comunicarse con el mundo exterior, con sus amigos, amantes y familiares. Algunas de ellas están reunidas en este tomo. A diferencia del conocidísimo Diario, que escribe, me parece, ya convertida en un mito viviente, en sus papeles privados Kahlo es severa y honesta consigo misma porque no podía ser otra frente a aquel amigo, amante o familiar que la leería.

Un libro indispensable para que los fridomaniacos tengan argumentos sólidos bajo los cuales sostener su obra, de una fuente autorisadísima como lo es la de la propia mano de la pintora para con ello darle, espero, otro valor a su vida y a su obra, un valor más cercano a los humanos que a los mitos.