martes, 11 de septiembre de 2007

Elogio del vicio y la abyección


Marcel Jouhandeau, Tiresias, Colec. La sonrisa vertical, Tusquets, Barcelona, 2006, 97 págs.

Me parece que para poder hablar, y entender, esta bellísima novelita, primero tendría que hablar un poco de la vida de su autor, Marcel Jouhandeau quien nació en Francia, en 1888, y murió en 1979. Desde su infancia fue educado en el catolicismo y toda su vida fue fiel creyente de su religión. Estudió en París en el instituto Henri IV primero y luego en la Sorbona, más tarde fue profesor en un colegio de Passy. Es de suponerse que esa profunda educación católica le causaba severos conflictos con su homosexualidad a la que sólo aludía en sus escritos donde se refería a ella como “el vicio”; es así como en 1914 quemó todos sus papeles y hasta intentó suicidarse. En 1949 se casó con una bailarina, Élise Caryathis quien era pariente de Jean Cocteau, otro escritor homosexual muy reconocido en su época.

Durante la ocupación Nazi en Francia, Jouhandeau militó en el nazismo y colaboró con el gobierno de Vichy. Poco antes, en 1939, escribió un libelo contra la homosexualidad llamado justamente, De la abyección, recién traducido y publicado en España. Por su parte, los textos en los que elogiaba esta condición, “el vicio”, como es el caso de Tiresias, los publicaba con seudónimo para que no supieran que él los había escrito y, más importante, que él era homosexual. Desde luego no eran los tiempos de la apertura sexual pero en esa época hubo otros escritores franceses que, no importando la opresión social sobre la homosexualidad, siempre se mostraron abiertamente, el mismo Cocteau y André Gide son claros ejemplos.

Tiresias, desde luego, toma su nombre del mito griego: Tiresias era hombre cuando en una vereda se encontró a dos serpientes entrelazadas, al separarlas se descubrió transformado en mujer. Así pasó siete años hasta que se volvió a encontrar con las serpientes a las que separó de nuevo con lo que volvió a ser hombre. Sin embargo, en un momento osó decir ante los dioses, Júpiter y Juno, que las mujeres obtienen más placer que los hombres a la hora de hacer el amor. La diosa Juno lo castigó con la ceguera, pero Júpiter le dio el don de predecir el futuro (Tiresias es la vidente que, según Sófocles en Edipo rey, Edipo consulta antes de encontrarse con la Esfinge).

Jouhandeau publicó Tiresias en 1977 bajo el seudónimo de Théophile, y sólo hasta 1988 apareció ya con el nombre auténtico de su autor. Ahora Tusquets la ha publicado en español en su excelente colección de literatura erótica, “La sonrisa vertical”, lo cual sin duda es un acierto pues es uno más de esos títulos geniales a los que nos tiene acostumbrados dicha colección (como es el caso de Diosa, una espléndida novela del cubano Juan Abreu, que se publicó allí mismo el año pasado). Es evidente, por lo demás, que Tiresias es una obra autobiográfica: en el sentido en que están contenidas varias vivencias que estoy seguro le sucedieron o, mejor dicho, de alguna manera retrata la forma en que Johandeau vivía su homosexualidad (no tanto porque cuente hechos verídicos). Por el tormento que le causaba su homosexualidad, como en muchos en esas épocas de hostilidad, Jouhandeau acudía a lugares lúgubres, abyectos, para mantener casi siempre relaciones sexuales con muchachos a los que debía pagar: “¡Qué delicioso mundo encuentro en este recoveco del mundo, tan injustamente tenido por infame!”, dice Tiresias, el personaje pero que bien pudo haber dicho el propio Jouhandeau. Después, sin embargo, todo eso le causaba repulsión.

Pero lo más importante tal vez sea que a la hora de escribir sobre esos, en apariencia, deleznables sucesos y actos, Jouhandeau los describía tan estéticamente, que es en verdad estremecedor y sorprendente; años más tarde también un magistral escritor francés, Jean Genet, basará mucha de su obra en la vida que vivió en los barrios bajos de París y Barcelona al lado de ladrones, travestis y prostitutas. Tiresias es, pues, un libro hermosamente escrito, de una belleza pasmosa porque es una belleza surgida de ese lugar lúgubre en el cual creemos que no hay nada hermoso que exaltar. Pero siempre habrá un cuerpo hermosamente apolíneo, una luz cegadora, una carcajada estentórea que resonará largo tiempo en nuestros oídos, en fin, un recuerdo que con la fuerza revitalizadora de la memoria llega a un punto poético excepcional.